Nací en un hogar cristiano. Realmente no sé qué pasó, pero en mi adolescencia le di la espalda a Dios. Me entregué al mundo y a la perdición, me llené de vicios, y en ese caminar conocí a mi esposo, un hombre también con vicios, celoso, machista, violento, infiel y patán. De nuestra relación nacieron mis dos hijos, los cuales crecieron en un hogar lleno de vicios, sin valores religiosos, alejados de Dios. Viví muchos años triste, ansiosa, deprimida; fui maltratada física y verbalmente.
En medio de mi situación tan desesperanzadora, me enteré de que mi esposo tenía un hijo con mi hermana, lo cual nunca sospeché. Mi sobrino para mí era un niño sin padre, pero jamás pensé que era mi esposo ese padre ausente. Esa situación realmente me marcó. Afloró en mí la rabia, y un dolor se apoderó de mí al conocer la traición de ambos. Entré en un estado de depresión profunda y arrastré a mis hijos a odiar a su tía; la relación de mis hijos con su papá se rompió por completo.
Para gloria de Dios, esos momentos de depresión me llevaron a los pies de Cristo. Alcé mi mirada al Señor y Él me escuchó. Le di entrada a mi vida. Después de tres años pude perdonarlos a ambos. Hoy puedo decir que encontré esa paz que solo Dios puede dar. Esa semilla sembrada por mis padres brotó para la gloria de Dios. Hoy camino con Él, de su mano voy. Tengo tres años de haberlo recibido y hoy siento ese gozo que en el mundo no encontré. Ahora oro por mis hijos y mi esposo para que ellos puedan también gozar de su salvación, que lo conozcan, que sus almas sean para Él, que experimenten su paz, y que un día estemos todos juntos en ese hermoso lugar que Dios tiene preparado para sus hijos.
Que la gloria y honra sean solo para Él.
Y miro atrás y me avergüenzo de lo que fui.